miércoles, 18 de agosto de 2021

institución y destitución en psicoanálisis

Nada puede discutirse con alguna seriedad si no se distingue el psicoanálisis como discurso de la pretensión de hacer de él profesión.
Las instituciones psicoanalíticas no han dejado de ser soporte de esto último.
El fárrago que obstaculiza las discusiones sobre “el lazo entre analistas” se alimenta de aquella confusión que oculta igualmente qué se dice cuando se dice analista: no otra cosa que una función en el discurso a la que contingentemente un practicante presta cuerpo y voz.
Ese practicante no ES analista. No se trata de ser, allí: ni (ser) en una consistencia que conviene que falte, ni en una permanencia que tampoco hay, aunque se desespere por forzarla en lo permanente de la institución.
SAMCDA no nombra un avatar del movimiento (o más bien la inmovilidad) psicoanalíticos: ha sido y es el destino comprobado de sus instituciones.
Lo único que puede gozar de una continuidad es la resistencia al psicoanálisis, no el psicoanálisis, fragmentario, frágil, esquivo, renuente como su socias, el inconsciente, a dejarse atrapar en nominaciones, actas fundacionales, declaraciones de principios, representaciones. Todas esas “ayudas”, lo hemos comprobado, son salvavidas de plomo. Felizmente el psicoanálisis zafa, se escurre, aparece en otro lado.
Convendría abstenerse. No de practicarlo (o de que nos practique – quizás es ésta la forma en que nos enseña – ) sino abstenerse de “ayudarlo”: custodiarlo, resguardarlo, difundirlo, transmitirlo a los jóvenes – pasión griega si las hubo – y, ¡por favor!, de dirigirlo.
Si la destitución subjetiva es un nombre del efecto de un análisis, la institución no puede ser una opción para la extensión en psicoanálisis. Se trata en efecto también de destitución en la extensión. La destitución subjetiva es efecto de la caída del Otro que la institución busca restituir en sus prácticas y cristaliza de hecho en su existencia misma. Pues se ofrece como Otro, lo que la sitúa siempre en referencia a la canallada.
Si un rasgo de la práctica del psicoanálisis es el bien (y porqué no el buen) decir, la institución se ha mostrado ajena a ese orden. No es el psicoanálisis sino su museo o más bien su mausoleo. Y esto no es sólo metáfora como lo evidencia su afición a las ceremonias, los homenajes, las acumulaciones de lo que sea, de años, jornadas anuales, número de miembros, actas, fundaciones y refundaciones.
Se argumenta a veces que es, la institución, un mal necesario al psicoanálisis, pero es un antídoto.
Volvamos entonces sobre la distinción entre psicoanálisis y psicoanalista. Ya en la entificación y en la identificación de la función con la persona se sitúa la primera confusión que abre camino a la institución.
No hay nada en el psicoanálisis que sea institucionalizable. Como no lo hay en el inconsciente. Ciertamente hay síntomas y hay fantasmas. Hay superyó, hay ideal y hay neurosis. Y, podría decirse, porqué no, que el inconsciente tiene que arreglárselas con todo eso. Para, con y contra todo eso – contra lo que hay de resistencia y a través mismo de esa resistencia – hablar. El inconsciente, en su definición mínima, es eso que habla. El practicante del psicoanálisis no precisa instalar aquellos términos, ni proponerse encarnarlos. Lo aporta el analizante.
Se ha cargado, probablemente Lacan mismo, demasiado las tintas con el pase-a-analista. Nuevamente, en una operación, diría, de encarnadura. Aquí está: el psicoanálisis mismo hecho carne. Los mismos partidarios de esta orientación tuvieron que enfrentar enseguida la cristalización inmediata de las “nominaciones” en títulos en una medida ya poco admisible para ellos mismos y debieron acotar la nominación de AE a un tiempo limitado, lo que no pasa de ser una cosmética para una empresa que hace tiempo mostró su impostura y su fracaso.
Todo lo que siguió a esta idea de pase, que está muy emparentada a la del “fin” del análisis, fue la consecuencia lógica de ésta: jurados, garantías, grados, nominaciones. La restitución del Otro no tiene ya detención.
Y es esta restitución del Otro el punto clave de la resistencia al psicoanálisis.
Al psicoanálisis como discurso, quiero insistir en esto. No como teoría. Como teoría será siempre bienvenido al igual que todas las teorías. Toda teoría puede ser de utilidad en algún momento para el capitalismo. Es más, si de algo hay existencia, práctica, discurso, pero no teoría, hay intelectuales que pronto la crean.
Digamos de paso que esto tiene su correlato en la institución: ¿Qué le reclama el estado al psicoanálisis?. Que se institucionalice, que tenga autoridades, que autorice y por cierto, por omisión, desautorice. Se ve muy bien allí, por dónde pasa la resistencia al psicoanálisis. No es, del todo la que Freud debió enfrentar. Es una resistencia que lo festeja y lo invita al banquete. En donde, lamentablemente, las instituciones disputan por sentarse.
La restitución del Otro entonces, el punto clave. Punto clave. Como la referencia de Freud a la sexualidad o al Complejo de Edipo: si se quita eso el edificio se desmorona o peor se construye otra cosa. Si se restituye al Otro en el plano que fuere, como Otro del saber, o de la verdad, eso lleva inmediatamente a su encarnación en un Otro del poder. Y es muy importante recordar que hay un orden de saber muy diferente al que da consistencia al Otro. Y no solamente, ni mucho menos, en el psicoanálisis. También el saber que habita el arte, y probablemente el saber científico, por excelencia, es un saber “descabezado”. El saber político, ese que emerge cada vez en el acto político. Son saberes fragmentarios que el discurso amo coloniza y totaliza. Son ellos los que dan su estatuto del Otro barrado.
La abstinencia a valerse del poder que la transferencia otorga, es homogénea con la destitución del Otro en la intensión y en la extensión.
Ahora, es evidente que el afán por “asegurar” el descubrimiento freudiano, está alimentado por su mismo rechazo. Rechazo al hecho de que no hay modo de asegurarlo, de que su emergencia es siempre contingente y se la lee retroactivamente. Es decir, que aunque no hay progresos, puede haber lecturas.
Eso de lo que el psicoanálisis trata: del sujeto, del Otro, del saber, del poder, eso está, digámoslo con poca rigurosidad, jugado en esa realidad enmarañada de las épocas, y de sus sucesiones. Y de ésta, que es la que nos toca, ¿no podría decirse que es la que con más espectacularidad - lo que ciertamente no equivale a eficacia - ha golpeado la consistencia del Otro?
La cuestión es muy basta y mis conocimientos demasiado limitados para emitir juicio, pero me parece y voy a hacer uso de ese parecer, que en los planos más diversos, en el arte, en lo social, - quiero decir en las instituciones sociales: el matrimonio, la maternidad y la paternidad, la sexualidad, etc., lo que alguna vez se llamó “las costumbres” - y particularmente en la política, puja, lo diría así, un descompletamiento del Otro.
El mismo discurso capitalista posmoderno con su falso ateismo, la caída estrepitosa del post capitalismo de cuño soviético, las crisis económicas más recientes del capitalismo que aparentan haber tomado el camino de la cronificación, parecen haber contribuido a ahondar esa grieta en el Otro. Esto no es una “dirección histórica”. Es un momento. Salpicado por cierto de reacciones de restauración brutales donde el discurso amo muestra lo que sus versiones pequeñas disimulan: su salvajismo.
Y es interesante, me parece, señalar que los psicoanalistas demasiadas veces han dado la espalda a lo que ocurría en esos campos donde lo que estaba en juego era no homólogo ni parecido ni vecino sino lo mismo que el psicoanálisis pone a jugar: Lacan dixit: el Otro, el sujeto, el saber, la verdad , el deseo, el horror al deseo. Como si la naturaleza subversiva del deseo fuera una fineza teórica para departir a la hora del coñac o aplicable discretamente a la “clínica” o la “consulta privada”. nb

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